LAS HIJAS DEL EX-PRESIDENTE

LAS HIJAS DEL EX-PRESIDENTE es una narracion de Julio Vives Guerra… Doctor Mariano Ospina Rodríguez podía enorgullecerse de ser uno de los personajes más acometidos de Colombia, , por lo mismo que fue uno de los más eminentes o deplorarlo, según el caso. Para el doctor Ospina Rodríguez no hubo términos medios: o lo odiaban profundamente, o lo amaban hasta la ido-latría,

Pero ni los más acérrimos enemigos le negaron jamás las virtudes de hombre de hogar. Porque como tal era un verdadero patriarca y supo darle a Colombia hombres que fueron honor de la Patria, como Pedro Nel, Tulio, Santiago y Mariano Ospina Vásquez.

Dije que los amigos del doctor Ospina Rodríguez le profesaban un cariño a linde con la idolatría, y uno de esos amigos era mi padre, que había sido discípulo del eximio personaje, primero, y después su vicerrector en un colegio

El 21 de diciembre de 1873 —si la memoria es conmigo, relativamente a esa fecha llegaron a Santa Fe de Antioquia, procedentes de Medellín, las señoritas Mercedes y Marcelina Ospina, hijas del doctor Mariano Ospina Rodríguez.

Jose Velasquez Garcia

Se hallaban las dos altísimas damas en todo el esplendor de la juventud, pues apenas si tendría la mayor unos dieciocho años, y la menor unos quince. De modo que aquellas dos niñas eran “como las dos pupilas de los ojos” de su ilustre padre.

Iban las dos damas a Santa Fe de Antioquía, a pasar la navidad y a permanecer en aquella ciudad «de los blasones, del cacao, del cactus y de los tamarindos», y en sus aledaños, unos días de esparcimiento.

Hospedáronse las dos niñas en la casa del doctor Fabricio Villa, un sabio médico, antiguo discípulo del doctor Ospina Rodríguez. Al día siguiente de llegadas fue a visitarlas mi padre, y ellas, le entregaron una carta del doctor Ospina; carta que mi padre conservaba como oro en paño, juntamente con otras de igual procedencia.

Como a causa de la tragedia de que fueron víctimas las dos señoritas, esa carta tenía en mi casa un valor histórico y un matiz de reliquia, puedo citar algunos párrafos de esa misiva, que así decía, párrafo más, o párrafo menos: «Aunque mis hijas, mi querido Manuel, estarán muy bien en la casa de Fabricio, no es inútil recomendárselas a usted, y sobre todo recálqueles que si van a la hacienda de Obregón, que es de Fabricio, no se bañen en el Cauca, pues ese río en aquel paraje es traidor, según me han dicho».

Mi padre, durante la visita a Mercedes y Marcelina, leyó a carta del doctor Ospina Rodríguez y, cuando tropezó con los párrafos transcritos los leyó en alta voz.

—Ya ven, niñas —les dijo— lo que me encarga su papá.

—No tenga cuidado, don Manuel —le contestaron—; dile a mi papá, cuando le escriba, que nos bañaremos con totuma.

Rieron todos, y las señoritas le dieron a mi padre vaya y cordelejo por el temor que él les manifestaba relativamente al baño del Cauca.

Capilla de Obregón

A los dos o tres días, la familia del doctor Villa y sus, hermosas huéspedes se fueron para la hacienda de Obregón, una de las más pintorescas de aquellos contornos.

El poeta José Joaquín Escobar, en un armonioso poema que hizo sobre la tragedia de las dos damas, describe así la bella quinta de Obregón:

«De encantos, de perfumes y de flores,

de música y amores,

ha sido siempre espléndida mansión

la pintoresca quinta de Obregón.

………………………………………..

«Por eso se ha creído

que recorre esa artística morada

de Bellini el espíritu atrevido,

volando de enramada en enramada;

o que de un sicomoro,

por juguetones céfiros mecida,

se halla la lira de oro

de Gutiérrez González suspendida».

En excursiones, giras y sabroso esparcimiento se pasaron los días, hasta que llegó el 10 de febrero de 1874, víspera de regresar a Medellín las bellas huéspedas.

El sitio en que acostumbraban bañarse Marcelina, Mercedes y Elisa, la hija mayor del doctor Villa, hállase como a medio kilómetro de la casa de la hacienda y allá se fueron las tres amigas, en compañía de la institutriz de Elisa a darse el último baño.

Formaron las bañistas lo que por aquellas tierras se llama «la cadena». Se toman de las manos, en hilera; una de las personas de la cadena, se queda en la orilla, asida con una mano a un árbol o a una piedra; de la mano libre se agarra otro de los compañeros, y así sucesivamente, hasta que el último, cogido de la mano del penúltimo, nada en el río, sostenido por los demás.

La institutriz de Elisa quedó en la orilla asida de un bejuco grueso, con la mano izquierda; seguía Elisa, luego Marcelina y, por último Mercedes, ya muy adentro del río.

Por desventura el bejuco que le servía de sostén a la institutriz, se rompió repente. La dama dio un grito, y las tres niñas fueron arrastradas por la corriente.

El Cauca

«Así habla el poeta Escobar, ya citado:

 «Allí Elisa, Mercedes y Marcela

entre las limpias aguas se solazan

y los copos de espuma despedazan,

donde la luz debilitada riela.

Pero las ondas en turbión furente

de súbito se agitan

y a Marcela y Mercedes precipitan

en lo profundo del abismo hirviente».

Elisa, mejor nadadora, como criada en las orillas del Cauca, logró arribar a la orilla. A Mercedes no pudo verla. Marcelina iba río abajo arrastrada por la corriente.

Así describe el poeta la escena:

«Elisa, de estupor sobrecogida,

desalada regresa a la ribera

 y exclama sollozando: —¡Quién pudiera

 salvarlas, aún a costa de la vida!—

Corre como una loca, y llora tánto

que empapa la ribera con su llanto,

y en medio de los globos de topacio

que cubren la sidérica región,

como en palingenésica ilusión,

cree ver dos almas que con raudo vuelo

salvando van la inmensidad del cielo!»

A los gritos de las dos damas, acudieron gentes de todas partes, y los mejores nadadores se dieron a buscar desde ese instante, día y noche, los cuerpos de las dos ahogadas, sin resultado alguno inmediato.

Al día siguiente, encontraron el cadáver de Marcelina en un remanso, a unos tres kilómetros del baño; pero el de Mercedes no fue hallado jamás.

 Apenas, como leyenda, se decía años después, que en un sitio llamado «Tesorero», unos indios habían visto enredada en las matas de la orilla, una cabellera rubia, y todos afirmaban que era la cabellera de Mercedes.

Aquí de la ingenua musa de Escobar:

«Poco después, en Obregón, inerte

pero siempre divina,

la bella Marcelina

dormía en el regazo de la muerte.

En tanto que Mercedes sumergida,

como un astro, en el piélago profundo,

dejando un gran vacío por el mundo

perpetuaba el recuerdo de su vida».

Ya hoy la quinta de Obregón ha perdido su antiguo esplendor, y ya los recién casados no la buscan, como antaño, para pasar la luna de miel. No parece sino que las sombras de Marcelina y Mercedes vagaran por las avenidas de mangos y palmeras.

Así epiloga el poeta Escobar su poema:

«Hoy la quinta sin flores ni rosales

el triste aspecto de una tumba ofrece;

ya en sus campos el lirio no se mece

 ¡al soplo de los céfiros vernales!».

Pero lo más admirable en esta tragedia es la jóvica resignación del doctor Ospina Rodríguez…

Era un padre amantísimo. Diéronle la noticia de la trágica muerte de sus hijas, «que eran como las pupilas de sus ojos», y recibió impasible la triste nueva. Sin un sollozo, sin una queja, sin una lágrima, se dirigió al oratorio, se arrodilló y dijo con voz firme, citando el Libro de Job, en latín, que le era tan familiar como el castellano: «Dominus dedit. Dominus abstulit: sit nomen Dominus benedictum»!

«El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; sea bendito el nombre del Señor».